Multiculturalidad en la democracia

Primer Semestre
Boletin de Divulgación
Escrito por: Mtro. Javier González González
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Corre el año de 2020 y muchos de nosotros nos atreveríamos a decir que la imagen del mundo como lo conocemos dista muchísimo de aquella que vislumbraban nuestros padres y mucho más aún, de aquel que nuestros abuelos y bisabuelos hubieran soñado con poder ver. Habitamos un espacio en el que los matices, los cambios de pensamiento, las nuevas corrientes en las ideologías y la exposición constante de ideas son actividades obligadas del día a día. Nos resulta incluso imposible concebir a la quietud y la homogeneidad como elementos que forman parte de las comunidades en que nos desenvolvemos. Hoy en día el cambio y las diferencias son el común denominador social, son los elementos básicos de formación de nuestras nuevas generaciones.

Es necesario entender que la estructura que forma nuestras comunidades tiene una base y que los cambios se generan desde allí. Esta base en la que se fundamentan nuestros ideales y a partir de la cual hemos podido avanzar y desplazarnos hacia eso que nos permite identificarnos como lo que somos, se conoce como cultura.

Para dar inicio al tema principal de discusión debemos definir las variables que lo integran. ¿Qué es la cultura? Será la primera pregunta que debemos plantearnos y a la que el famoso escritor Octavio Paz le define como:

“Un conjunto de actitudes, creencias, expresiones, valores, gestos, hábitos, destrezas, bienes materiales, servicios y modos de producción que caracterizan a un conjunto de una sociedad, es todo aquello en lo que se cree.”

Si partimos de estas ideas podemos inferir que no hay forma en que una sociedad exista sin haberse formado una cultura a su alrededor. En palabras de autores como Terry Eagleton, la formación de estos ideales da paso a la creación de civilizaciones por el mero hecho de que su gente comparte preceptos y/o pensamientos de manera colectiva.

Habiendo entendido el concepto de cultura podemos abrir el espectro a la modernidad. Hace no más de 100 años, en el mundo no era común encontrarse con personas de otros países inmersos en nuestras comunidades; era de lo más difícil poder empatar creencias y/o actividades con individuos que no pertenecían a nuestros círculos comunitarios. Las discusiones de sobremesa se asentaban en creencias y actitudes similares por lo que los temas no diferían mucho en ideología cuando se planteaban entre los individuos más cercanos a nosotros. En la actualidad la realidad es completamente opuesta a ese escenario.

Obligados por los cambios en las necesidades sociales, los avances tecnológicos e incluso el hambre de conocimiento, las personas comenzaron a movilizarse entre comunidades para asentarse en aquellas que les permitieran desarrollarse de manera más exponencial y eficiente. Fue entonces que se inició una revolución de las culturas, permitiendo la mezcla entre dos o más de ellas y abriendo camino a lo que hoy conocemos como multiculturalidad. Con esfuerzo, se aceptaron las diferencias y se empezó a trabajar con ellas de modo que se pudiera atender a la voz de todos aquellos que intentaban expresar algo. La multiculturalidad ha permitido poner en la mesa temas que, dada la heterogeneidad de las antiguas sociedades, no se hubieran podido planteado muchos años atrás.

Existen ejemplos claros de multiculturalidad en cualquier parte que deseemos ver, desde comunidades indígenas habitando en grandes urbes como lo es la Ciudad de México, poblados extranjeros en países de otro continente, hasta niños que practican otra religión en el grupo de amigos de nuestros hijos. La diversidad cultural se hace presente a grande o pequeña escala, sin importar a donde miremos. Una vez concluido este tema podemos abordar el siguiente gran rubro; la democracia.

¿Cuál es la relación de la multiculturalidad con el término democracia? La definición etimológica de esta forma de gobernanza indica que es “el gobierno del pueblo para el pueblo” por lo que se puede entender que las decisiones son tomadas por el conjunto de individuos que conforman a una sociedad; o al menos ese sería el estado ideal. Las Naciones Unidas, por ejemplo, en su Carta declaratoria promueven esta forma de gobernar como una fuente para dar legitimidad a los Estados soberanos, pues a través de este conjunto de valores los gobiernos incentivan en sus pueblos la participación, la igualdad, la seguridad y el desarrollo tanto en lo individual como en lo colectivo.

La democracia tiene su fundamento de existir en la igualdad de condiciones para el pueblo, la posibilidad que todos tenemos de ser libres y de expresar nuestras convicciones sin miedo a la represión, la capacidad de ejercer en plenitud nuestra ideología siempre en aras del bien común. Recordemos, “el gobierno del pueblo para el pueblo”.

Contar con un sistema en el que no se reprimen, sino que, por el contrario, se premian e incentivan las diferencias, da puerta y cede el paso a grandes cambios en las formas y estándares que nos guían tanto en lo legal, como en lo económico, político y, sin duda alguna, en lo cultural. Aquí es donde nuestros dos términos compulsan. Hemos estudiado que la multiculturalidad es sinónimo de buenas diferencias pues su carácter lo conforman individuos que piensan, creen, opinan y sienten diferente. La democracia, por su parte, guarda entre sus fundamentos el incentivo a estas diferencias como el medio para alcanzar un estado en el que, ser desiguales, sea símbolo de progreso. Pensadores y actores que desafíen el común denominador son requisitos en sistemas democráticos fuertes.

La pregunta que emana de estos términos será ¿no es acaso la democracia un opuesto a la diversidad? En un sistema como éste, la mayoría es quien toma las decisiones y, por ende, en lo amplio del panorama, la multiculturalidad terminaría siendo un simple mito del sistema; sin embargo, no es así como funciona.

El multiculturalismo sirve a la democracia para enfatizar de las diferencias presentes en las sociedades y a las cuales se les pudo haber dejado desatendidas en el camino, incentiva y expone de manera objetiva y crítica, la necesidad de mejoras en el respeto a las igualdades y a las garantías individuales como mecanismos de convivencia social, promueve y fomenta el respeto a las diferencias de pensamiento, religión, etnia, color, raza o sexo pues, en ellas, yacen las posibilidades de mejoras y cambio que se necesitan para alcanzar el bien común. Una sociedad en que las personas vean, analicen y respeten sus disparidades, será una en la que, las voces sean escuchadas por el siempre hecho de ser una y no por las condiciones que a ellas envuelven. Un fundamento más del sistema democrático.

En un mundo como el que vivimos, en pleno ejercicio del año 2020, resulta ya imposible negar que no somos “los mismos” o “los de siempre” los que habitamos este terreno. Es necesario, por el bien propio y el del futuro colectivo, saber apreciar que los tiempos de verdades absolutas se terminaron. Convivimos en sociedades en que la búsqueda de condiciones equitativas se ha convertido en una realidad. Países como México, privilegiados por su forma de gobierno, tienen la posibilidad de dar voz a todos aquellos que antes no tenían acceso a una, la democracia está convirtiéndose finalmente en eso, una democracia. Es hoy cuando cambiamos la perspectiva del término y decimos que ésta es “el gobierno de LOS pueblos, para el pueblo”. Finalmente hemos alcanzado el punto en el no gobierne sólo la mayoría, sino que más bien, gobiernen todos.

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